De pronto, fue interrumpido por la voz fuerte y demandante de un gigantón; un agresivo hombre, visiblemente desaseado y descuidado.
-¡Anciano, enséñame sobre el cielo y el infierno!, demandó aquel hombre.
Al principio, como si no hubiera oído, no hubo una respuesta perceptiva por parte del Abuelo. Sin embargo, poco a poco, empezó a abrir los ojos y una ligera sonrisa apareció en sus labios, mientras el grotesco ser permanecía allí de pie, esperando con impaciencia, violentándose cada vez más con cada segundo que transcurría.
¿Deseas conocer los secretos del cielo y del infierno?. Respondió el fin el Anciano.
Tú, que vienes tan sucio. Tú, cuyas manos y pies están cubiertos de mugre. Tú, cuyo cabello está tan despeinado, cuyo aliento apesta, cuya presencia ofende e incomoda. Tú, quién eres feo y a quién tu madre te vistió estando enojada. ¿Tú me preguntas acerca del cielo y del infierno?
El individuo, al sentirse tan insultado pronunció una maldición. Sacó de entre sus ropas un puñal y lo levantó por encima de su cabeza con la intención de herir al Abuelo. Su rostro se puso de un rojo intenso y las venas de su cuello resaltaron cuando se preparaba para asesinar al anciano.
¡Eso es el infierno! Dijo el Anciano con amabilidad casi traviesa, cuando el puñal empezaba a descender.
En esa fracción de segundo, el criminal quedó dominado por la sorpresa, el temor, la compasión, el respeto y el amor hacia ese amable ser que se había atrevido a arriesgar su vida para proporcionarle esa enseñanza.
Detuvo el puñal a mitad del camino y sus ojos se llenaron de lágrimas de agradecimiento.
Y eso, eso es el cielo. Dijo el Abuelo.
(Padre John W Groff Jr.)
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